Fragmentos Diversos T7-10

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Dos novelas de Cormac McCarthy

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Ficha técnica: Cormac McCarthy, Meridiano de sangre, traducción de Luis Murillo Fort, España, Random House, 2022 (publicada originalmente en 1985), 347 pp. 

Habían degollado a los animales de carga y repartido la carne después de secarla y viajaban al socare de las montañas hacia una amplia llanura de sosa con truenos secos hacia el sur y rumores de luz. Bajo una luna gibosa caballo y jinete maneados a sus sombras sobre el terreno azul níveo y con cada centelleo a medida que la tormenta avanzaba aquellas mismas formas se alzaban detrás de ellos con horrible superficialidad con un tercer aspecto de su presencia extraído a martillo negro y salvaje en el ámbito desnudo (p. 161).

Por muchos años me recomendaron leer las novelas de McCarthy, y por una u otra razón –no tener dinero, no encontrar los libros, no tener tiempo libre– postergué mi encuentro con sus letras hasta el pasado martes 13 de junio. Comencé a leer una de sus novelas por la mañana y en la tarde me enteré que el autor había fallecido. La noticia me sorprendió, pero seguí leyendo con asombro cada una de las páginas de Meridiano de sangre. La prosa que el novelista emplea en este texto es brillante, violenta, triste, sangrienta, incendiaria y verdaderamente hermosa. La historia de este libro (que ha tratado de llevarse a la pantalla grande en varias ocasiones) sucede a mediados del siglo XIX y está llena de mugre, arena, huesos, traiciones, dólares, sol, nieve, balas, cuchillos, muerte, caballos, alcohol, tabaco, mierda, escenarios increíbles, y es protagonizada por un grupo de seres miserables, volubles, avaros, alcohólicos, pringosos, violentos, apestosos y despreciables. La ambición, la sed de sangre y el anhelo de poder les permite sobrevivir al clima adverso de la frontera que divide a México de los EE. UU. En ese lugar el juez, el chaval, el negro, el ex cura, Toadvine, Brown, Glanton… se dedican a buscar apaches, comanches, delawares, yumas y chiricauas. Su objetivo es arrasar con ellos, cortar su cuero cabelludo, obtener una recompensa y poder ser recibidos como héroes en los pueblos. La alegría dura poco, pues una vez que se cobran el dinero se dedican a destrozar el lugar. La narrativa de este autor es adecuada para todo aquel lector o lectora que desee ser testigo/cómplice/espectador de los diabólicos planes de Glanton, la violencia sin sentido de Brown (un verdadero hijo de puta), la filosofía sangrienta del juez Holden (uno de los más entrañables y aborrecibles personajes de la narrativa norteamericana), las dudas existenciales del chaval. Cormac McCarthy, un autor de novelas brillantes y violentas, idóneas para lectoras y lectores valientes.

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Ficha técnica: Cormac McCarthy, La carretera, traducción de Luis Murillo Fort, México, Random House, 2022, 218 pp.

Cuando no tengas nada más inventa ceremonias e infúndeles vida (p. 67). 

La narrativa de este autor está llena de paisajes hermosos y tristísimos, y sus personajes los usan para escapar de alguna situación adversa. En esta novela (que fue llevada al cine en el año de 2009) un hombre y su pequeño hijo sobreviven recorriendo una carretera. Lo que en otro tiempo fue un lugar de tránsito que se ha convertido en un espacio postapocalíptico. El autor no nos dice cuál es la causa del “suceso” que hace que todo se vaya al carajo, pero quizás sea un desastre nuclear. Todo sucede a la 01: 17 de un día indeterminado (quizás sea un guiño a la tragedia de Chernóbil que sucedió a la 01: 23 del sábado 26 de abril de 1986) con “un largo tijeretazo de claridad y luego una serie de pequeñas sacudidas” (p. 52). Lentamente la sociedad y el mundo se van desmoronando. El caos, la ceniza, la muerte, el hambre, el canibalismo y la crueldad lo van devorado todo. El padre y el hijo deben buscar cada día un refugio. Cada paso que dan es una forma de escapar a la muerte, el frío, la suciedad, el hambre y la desesperación. El amor, el fuego interior (¿Dios, amor, esperanza, bondad?) y los restos de un mapa son los elementos que les permiten seguir adelante. El camino a su destino no es una empresa fácil, pero quizás puedan concluirlo con éxito: 

Siguieron avanzando a marchas forzadas, esqueléticos e inmundos como adictos callejeros. Cubiertos con las mantas contra el frío y echando un aliento humoso, abriéndose paso por los negros y sedosos montes de nieve. Estaban atravesando la amplia llanura costera donde los vientos seculares los empujaban entre aullantes nubes de ceniza a buscar refugio en donde pudieran. En casas o graneros o metidos en una zanja al borde de la carretera con las mantas por encima de la cabeza y el cielo a mediodía negro como las bodegas del infierno. Abrazó al chico contra su pecho, helado hasta los huesos. No te desanimes, dijo. Saldremos de esta (p. 140). 

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Wes Anderson (director), Asteroid City, EE. UU., Universal/Focus Features/Indian Paintbrush, 2023, 105 minutos. No es la película más convincente del director de El gran Hotel Budapest (2014). No es la mejor forma de adentrarse en su extensa filmografía. Pero es un film que todo amante del séptimo arte debe ver. Hay planos interesantes, hay secuencias hermosas, hay una paleta de colores muy bonita, hay escenas en blanco y negro interesantes y absurdas, hay varias historias que al irse desdoblando hacen más compleja la trama, hay una verdadera constelación de actores y actrices que no es del todo aprovechada, hay homenajes al cine, al teatro, a la radio. La trama es sencilla: un asteroide se impacta en un lugar del desierto y al costado del cráter que crea se funda un pueblo. En ese lugar hay objetos singulares y pasan cosas extrañas: interminables persecuciones policiales, pruebas nucleares, obras de vialidad inconclusas, máquinas expendedoras de terrenos, centros de investigación científica… Ahí se realiza el Día del Asteroide (1955) y hay varios eventos científicos que derivan en situaciones hilarantes. La película es un homenaje al viejo oeste, es una crítica al sueño americano, es una parodia a la carrera nuclear, es un buen pretexto para ir al cine con las más entrañables amistades. 

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La mirada urbana de Barbara E. Mundy

Ficha técnica: Barbara E. Mundy, La muerte de Tenochtitlan, la vida de México, traducción de Mario Zamudio Vega y Alejandro Pérez Sáez, México, Grano de Sal, 2018, 470 pp., incluye numerosas y muy hermosas cartografías, ilustraciones y fotografías.

El apocalipsis comenzó en 1520, cuando los españoles se volvieron contra sus anfitriones mexicas, quienes los repelieron de la ciudad a mediados del año. Después de reagruparse y reunir a sus aliados indígenas, los españoles regresaron al valle de México y dieron comienzo a su letal sitio de la ciudad el 13 de mayo de 1521, cuando Cristóbal de Olid rompió los conductos de agua que alimentaban Tenochtitlan desde Chapultepec. Exactamente tres meses después, Cuauhtémoc, el sucesor de Moctezuma II, se rindió. En los días que siguieron, las ciudades unidad de Tenochtitlan y Tlatelolco fueron al principio como cualquier botín de guerra, abiertas al pillaje por los ejércitos saqueadores, que dispusieron de sus mujeres y de toda riqueza restante (p. 147).   

No tengo muy en claro cuál fue la causa o el motivo o la razón por la que Mundy se interesó en estudiar tan a fondo a nuestra amada y odiada urbe. Claro, no es la primera autora extranjera que hace una investigación de este estilo –en este rubro destaca El Leviatán urbano: La Ciudad de México en el siglo XX (1999) de Diane E. Davis–, pero sí es la primera que se decide hacerlo desde el momento de su fundación-destrucción-reconstrucción. Para la profesora de historia del arte la ciudad insular de Tenochtitlan no muere cuando se consuma la conquista, pues la traza, los colores, las piedras, el agua, los símbolos, los dioses, el comercio, los olores, las obras, los mitotes, la arquitectura y los ritos de la ciudad prehispánica laten en cada uno de los espacios públicos y privados de la ciudad colonial. 

La autora hace un recorrido virtual (muy bien documentado) por la ciudad azteca. De esta forma se convierte en una cronista,flâneuse e intérprete que nos explica las razones que tenían los conquistadores para borrar de la mente de los sobrevivientes (tanto del pueblo como de las élites mexicas) el recuerdo del tlatoani y su relación con los dioses, el agua y el altépetl (comunidad sociopolítica; sinónimo de ciudad). Tenochtitlan (el lugar “junto al nopal en la piedra”) contaba con templos, calzadas, lagos, tianguis, viviendas, celebraciones, historia, es decir: era una urbe en el sentido moderno de la palabra. El espacio en el que se asentaba podía ser representado, vivido y practicado por sus habitantes, por esas razones, además del horror que les provocaban las prácticas religiosas de los indios y el recuerdo de la árida tierra natal de los conquistadores, decidieron crear una nueva ciudad. La labor no fue fácil, pues la falta de recursos económicos, el elevado número de muertos en las obras, las epidemias y las inundaciones se hicieron presentes desde el momento en el que Alonso García Bravo comenzó a trazar la Nueva España. 

La nueva ciudad respetó el trazo de la urbe destruida, pero trató a toda costa de sepultar sus hitos, calzadas, ríos, lagos, parcialidades, barrios, templos, historia. La obra comenzó en la década de 1530 y continuó por varios siglos (y parece que nunca va a terminar). Por cada iglesia, capilla, hacienda y calle que intentaba erradicar el pasado había algún detalle que servía de resistencia. A los nombres de las parcialidades (Cuepopan, Atzacoalco, Moyotlan, Teopan) se les añaden nombres de santos y santas (Santa María, San Sebastián, San Juan, San Pablo), pero siguen teniendo un ambiente prehispánico; a los mitotes se les da un halo católico, pero continúan siendo un festejo mexica y popular; el lenguaje y los símbolos natales son sustituidos por las imágenes católicas y la lengua castellana, pero en secreto se habla como en los viejos y gloriosos tiempos; las calzadas por donde los conquistadores huyeron despavoridos son recorridas por un soberbio pendón, pero todos saben lo que realmente pasó ahí.   

La imagen urbana de Barbara E. Mundy está integrada por las crónicas, el arte plumaria, la forma de gobierno, el caminar, los festejos, las cartas de relación, los mapas, el agua, los dioses, la arquitectura, los glifos, el subsuelo. Para ella la Ciudad de México-Tenochtitlan o Tenochtitlan-México (la ciudad pagana, rodeada de lagos, colonial, lacustre, rodeada de cerros, azteca, sepultada, mexica, destrozada, cristiana, Nueva Roma, conquistada, prehispánica, sagrada, indígena-cristiana, insular, Muy noble, insigne y muy leal) vive debajo de nuestros pies. Sus muros y su traza conviven cada día con nosotros y ocasionalmente sus fragmentos se asoman y nos saludan. 

La muerte de Tenochtitlan, la vida de México es una obra formidable que nos permite entender el origen, el desarrollo y la actualidad de la Ciudad de los Palacios. El texto tiene varias lecturas (antropológica, sociológica, urbanística, semiótica, arquitectónica, histórica, política), y es una joya (la edición es una verdadera chulada) que todo amante de la historia de la otrora Región Más Transparente del Aire debe tener en su librero: El padre de la ciudad de México fue Tenochtitlan, y su derecho de nacimiento no puede negarse más (p. 407).

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Diario de La Malinche

29 de junio de 2023

Camino por el Circuito Interior. Asciendo por las escaleras del puente peatonal que une a las alcaldías Venustiano Carranza y Gustavo A. Madero. Desde lo alto de la infraestructura urbana veo una columna de humo negro que se extiende por las calles de la colonia La Malinche. Por un momento pienso que se debe estar quemando el tianguis que se instala los jueves en algunas cuadras de la calle Oriente 81, pero una vez que llegó a la avenida Eduardo Molina me percato de que el incendio es en otro lugar. ¿Quizás el mercado 10 de mayo de la calle Norte 84 de la colonia Nueva Tenochtitlan? Sigo la pista del pesado humo y mis pasos me llevan a la calle Oriente 83 entre Norte 80-A y Norte 82. En ese lugar se está quemando el tercer nivel de una vivienda. Varias patrullas se encuentran cerca del lugar del siniestro y algunos oficiales han acordonado la zona. Los bomberos se tardan el llegar y algunos vecinos y vecinas intentan sofocar el incendio con cubetadas de agua. El más temerario es un señor que desde la azotea contigua arroja agua a las lenguas de fuego y el siniestro humo. Hay gritos, tensión, nervios y lágrimas. Llegan los bomberos. Una chava les grita: ya echen agua. Un perrito camina por la calle y observa a todxs lxs que estamos tomando fotografías y videos y obstaculizamos el trabajo de los cuerpos de emergencia. Algo pasa: hay bomberos y mangueras, pero no hay agua que sofoque el incendio. Se mueven unos carros y una patrulla y los tinacos de agua del predio incendiado comienzan a derretirse. Una unidad del servicio de mototaxis obstruye el paso y un policía busca afanosamente a su propietario. Se escucha otra sirena y llega otro camión de bomberos. El agua corre por el interior de las mangueras y comienza a combatir el fuego. Una pesada nube de gases tóxicos recorre la calle Oriente 83. Un habitante de un predio cercano al lugar que se quema desea pasar a su casa. Un oficial no lo deja pasar y el prudente vecino se enoja y se retira. Hay más agua y una pared de la vivienda comienza a derrumbarse. Hay más humo. Mis pulmones no aguantan. Me retiro del lugar y siento que me voy a desmayar. Por un momento deseo cerrar los ojos y caer al suelo y fundirme con los restos del lago de Tetzcoco y volver a ver al Negro. Sigo caminando y me siento un poco mejor. Mi ropa y mi piel y mi cabello huelen a humo. De verdad extraño al Negro. 

Pedro Sánchez

Texto, salvo en donde se indica 

Junio 30, 2023    

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