Diario del 47 

6 de abril de 2024 

El STC Metro funciona a la perfección. Gracias a ese milagro del Sistema de Movilidad Integrada de la CDMX llegamos media hora antes de lo previsto a las puertas del Auditorio BlackBerry. Decido comprar un cigarro suelto y lo enciendo. Mientras contribuyo con los altos índices de contaminación de la urbe Aliz revisa algunos mensajes en su teléfono celular. 

Frente a las puertas del recinto hay un puesto que oferta mercancías del evento (los y las comerciantes y las y los revendedores de boletos son las únicas personas de la ciudad que están al día en todo lo referente a la cultura, el deporte y la música) y una docena de padres de familia. En su lado izquierdo hay una chica sentada que sostiene en sus manos una cartulina que tiene escrita la siguiente frase/suplica/petición/ruego: “Me regalan un boleto”. 

Por una causa que desconozco ingreso, una vez que revisan mi boleto –se lo pude dar a la chica– y algunas zonas de mi cuerpo, al evento (del que no sé nada). El auditorio es pequeño, sucio, viejo y frío, y apesta a orines de gato. El ambiente es ideal para otro tipo de evento y no para el que las personas (que pagaron entre mil doscientos y tres mil quinientos pesos, más cargos por servicio) desean apreciar. 

El tiempo transcurre y el lugar se llena a un noventa por cierto de su capacidad. Alcanzo a escuchar algunas fases que me dan pistas de lo que está a punto de iniciar. Se trata de un fan meeting con los actores tailandeses de Big Dragon The Series. Los actores son: Bank, JJ, Fong y Mos y se presentan como The Dargon. 

Comienza el evento: Los integrantes de The Dargon cantan (mal), bailan (con ganas y poca coordinación), saludan al respetable (gritos del respetable), contestan algunas preguntas (gritos del respetable), interactúan con dos damas que hacen las veces de maestras de ceremonias y traductoras (el público ríe y hace bromas), se acarician (gritos jubilosos del respetable), se besan (gritos cachondos del público), participan en juegos (en el teléfono descompuesto se integran varias chicas y un chavo, que junto con los actores intentan adivinar a qué animal corresponde la mímica que ejecutan) (si gana hay gritos y aplausos, si pierden se exige un castigo). El público está integrado casi en su totalidad por mujeres que a sano pulmón gritan: “¡Qué salgan!” “¡Sí se pudo!” “¡Qué se encueren!” “¡Beso, beso, beso!”, y bailan, junto con los actores, la “Macarena”, de Los Del Río, y “La Pelusa”, de Súper Lamas. 

El público se divierte y le entrega su corazón a The Dargon (me duele que su cariño no se recompense con una mejor planeación de las actividades y una mayor calidad del evento). 

Pese al animado ambiente el evento me resulta un poco pesado, algo aburrido y bastante predecible. 

Varias personas abandonamos el recinto. 

Antes de regresar a las gentrificadas calles de la colonia Hipódromo Condesa observamos una pared en la que hay varias fotos de los actores. Debajo de ellas hay una mesa en cuya superficie reposan una bandera LGBTIQA+, varios banners, unas velas y algunas fotografías.

*

Abril 7

El sol amenaza con calcinar a las ratas que devoran con tranquilidad un mango de grandes dimensiones. Ellas y las ardillas son las verdaderas dueñas de las áreas verdes del Paseo de la Reforma. Las observo por un momento y después mi vista se detiene en una singular escena que sucede frente a una valla publicitaria. 

En ese lugar (la banqueta que está frente a la valla) se realiza un moderno, dinámico, musical, alegre y bonito uso del espacio público. El espacio es ocupado/apropiado/disfrutado/intervenido por cerca de cien personas (en su gran mayoría mujeres) que se han congregado (claro, antes se pusieron de acuerdo, cooperaron para las cosas y compartieron la ubicación en sus redes sociales) para festejar el cumpleaños del guapo (la imagen que adorna la valla no me deja mentir) SiWon/Choi Si-won/Siwon Choi de Super Junior. 

Muchas de las personas que han transformado el espacio público en un adorable y k-popero salón de fiestas son parte de ELF (o E. L. F.) (Ever Lasting Friends). Ellas llevan fotografías, playeras, gorras, bolsas, fotocards, ligth sticks y un display del festejado. Ellas se saludan, se fotografían, se graban y se abrazan. Ellas disfrutan el espacio público y ocasionalmente obstruyen la ciclovía –lxs ciclistas expertxs esquivan a las invitadas a la fiesta con envidiable pericia, mientras que las y los ciclistas de ocasión casi se matan en el intento. 

Una bandera de Corea del Sur se hace presente. Minutos más tarde se escuchan algunas canciones del popular grupo de K-pop. Las canciones se mezclan con las irritantes campanadas de un obstinado vendedor de BonIce. La gente pasa y pasa (como lo canta mi compadre El Buki) y se detiene y observa y documenta (es decir: toma fotos y videos) la fiesta. 

El sol comienza ocultarse detrás de los gigantescos edificios. Se cantan las “Mañanitas” en un sonoro y entusiasta coreañol. Unos chavos se detienen y me preguntan de qué se trata todo. Les explico lo mejor que puedo y el más joven le dice al más viejo: “¿No sientes feo que mejor le festejen su cumple a un cantante? En tu casa no saben ni cuándo naciste.”

Me siento cansado, pero no puedo dejar de mirar. 

Aparece en escena una preciosa piñata con la forma de Bluey (creo que es una de las mascotas –o algo así– de la subunidad Super Junior L. S. S.). Las invitadas al convite se van a la calle de Amberes, frente a valla del Suga D-Day, a romper, o eso intentan, la piñata.

Regresan al salón de fiestas y parten el pastel. 

Después se termina el festejo y el salón de fiestas regresa a su forma original. 

*

Abril 8-11

Mi padre parecía ausente en esa rumiación. Yo también. Eso era todo. Sentía que ese era un no lugar. Una máxima incomodidad. Hacíamos el camino de vuelta, subíamos a un taxi y volvíamos a la casa de la calle Balcarce. Mi padre se encerraba en su habitación hasta el almuerzo. No recuerdo qué pasaba en aquellos largos minutos hasta sentarnos a la mesa. Los niños y las flores no están preparados para la muerte (p. 14). 

Por una u otra razón no había podido leer este libro que me regaló mi amigo Pierre Herrera: Fito Páez, Infancia & Juventud. Memorias, México, Planeta, 2023, 400 pp. 

Cuando comencé a leerlo no pude parar. El libro es raro. Tiene pasajes hermosos (la cotidiana visita a la tumba de su mamá), violentos (la evocación del brutal asesinato de sus abuelas), incómodos (cuando se transforma en una especie de Don Juan Tenorio Rosarino), presumidos (todas las grandes celebridades de la música latinoamericana –y de otras latitudes– alaban su obra y se rinden a sus pies), increíbles (logra llegar a un lugar específico cuando está a punto de morir y es capaz de recordar toda la travesía), memorables (los pasajes en lo que su papá aparece en escena), poéticos (la inspiración –a veces inverosímil, a veces onírica– que lo llevo a componer sus mejores canciones), históricos (el proceso de democratización de Argentina), alcohólicos (pero no tan graciosos como los de Henry Chinaski) y tristes (en especial los días de su infancia). 

Una forma de definir la prosa de las memorias de Páez es cruda. Otra: directa. Unas más: honesta, sin censura y filtros. 

El cantante y cineasta ha escrito varios libros (hay algunos pasajes de ellos entre los párrafos de esta obra). El cantante y cineasta ha leído muchísimos libros (las influencias de Roberto Bolaño, Jorge Luis Borges, Charles Bukowski y Roberto Arlt son evidentes). El cantante y cineasta va a escribir más libros (es casi un hecho que a medida que se incremente su obra mejorará la calidad de su prosa). 

Infancia & Juventud es un libro interesante, pero con una prosa desigual y por algunos momentos aburrida y pretenciosa. Su lectura es recomendable si se quiere saber más datos de la vida y obra del cantante y compositor. Si no desea leer el libro le recomiendo que vea los ocho episodios de la formidable serie El amor después del amor (2023), que se encuentra disponible en Netflix.    

Pedro Sánchez

Texto y fotos 

Abril 12, 2024

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